Se cumple este 2020 un siglo desde que nos dejase el escritor Benito Pérez Galdós, novelista insigne de nuestra literatura. La obra Galdós supuso todo un giro en las corrientes literarias, que dejaron el romanticismo para abrazar la novela realista y los textos naturalistas.
Su fama no se limitó a nuestras fronteras, y en su día llegó a ser uno de los autores universales más reconocidos de su época, hasta el punto de ser candidato al Nobel de Literatura (dicen que su anticlericalismo impidió que lo obtuviese).
Obras como Misericordia, Doña Perfecta y, claro, Fortunata y Jacinta, han marcado a generaciones de españoles.
Pero lo que muchos desconocen de Galdós es que el autor tenía diabetes. De hecho, murió ciego, debido a unas operaciones de cataratas cuya cicatrización se complicó por la diabetes, la hipertensión causada por ésta, y el hecho de que no era capaz de pasar sin fumar, como se recomienda tras estas operaciones.
El célebre Doctor Gregorio Marañón, al que Galdós conocía desde que era niño, hizo lo posible por ayudar al autor, pero hay un dato que aclara la gravedad de su condición: Galdós falleció en el año 1920, pocos años antes de que comenzase a comercializarse la insulina como remedio para la enfermedad.
La causa de la muerte fue un fallo cardíaco, problema también muy ligado a la diabetes.
Para Galdós no eran desconocidos los peligros de la diabetes, ya que una de sus amantes, la actriz Concha Morell, también sufría la enfermedad, falleciendo muy joven.
No nos debe extrañar, por la condición de Galdós y por su amistad con Marañón, que en la obra del autor podamos encontrar medio centenar de doctores, y múltiples referencias a enfermedades, una correcta alimentación…
La ceguera dejó prácticamente arruinado a Galdós, que ni siquiera pudo ver la estatua que le dedicaron en el Retiro, inaugurada meses antes de su muerte. Aunque dicen que el autor palpó con las manos el rostro para comprobar la fidelidad de la talla, llorando al reconocerse en ella.